Cada año vivo la Cuaresma de una manera distinta. Aunque todos los años tienen algo en común: siempre pasa algo que viene a desacomodarte. A veces son cosas muy serias, y otras no tanto, pero siempre tengo la tentación de cabrearme a las primeras de cambio. Y sin embargo, debería agradecer a Dios todas las incomodidades, sinsabores, problemas y discusiones que vienen en mi ayuda. Hasta las broncas tienen su parte buena.
También me pasa que tiendo a vivir esta época austera como si fuera tiempo de tristeza y luto, cuando no debería ser así. Es más, es un tiempo privilegiado para la intimidad con el Señor, lo cual debería ser motivo de enorme alegría. Debe ser que siempre me quedo gruñendo, como el pueblo de Israel en el desierto, sin recordar:
1.- Que tengo en este tiempo muchas ocasiones de orar, de compartir con Cristo mis problemas, dudas y dificultades, y de disfrutar así de una ocasión privilegiada para el ENCUENTRO.
2.- Que la Cuaresma es un tiempo de preparación para algo, para esa Pascua de Resurrección que ya se vislumbra. En demasiadas ocasiones caigo en la tentación de vivir las cosas como acontecimientos aislados, sin ser capaz de trascenderlos a sus motivaciones reales, de "ver más allá". Por ejemplo, el ayuno cuaresmal prepara nuestro cuerpo haciéndonos conscientes de lo que significa la carencia, y ayudándonos a valorar verdaderamente el banquete Pascual.
3.- Por último, rememorando las palabras del Santo Padre, "en estos cuarenta días que nos conducirán a la Pascua de Resurrección podemos encontrar nuevo valor para aceptar con paciencia y con fe todas las situaciones de dificultad, de aflicción y de prueba, conscientes de que el Señor hará surgir de las tinieblas el nuevo día". Es decir, que la Cuaresma es un tiempo de profunda esperanza.
Feliz Cuaresma y feliz Pascua de Resurrección.
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