sábado, 8 de diciembre de 2012

Inmaculada

Ayer tuve el enorme privilegio de vivir la vigilia de la Inmaculada con la comunidad de hermanitas del Cordero de mi ciudad.

No fue por la cuidada liturgia, pues se trató de una vigilia de oración y silencio.

No fue por los bellísimos cantos polifónicos que entonaban.

No fue por el recogimiento que te invadía en aquella pequeña capilla.

Eran sus rostros.

Deben estar muy cerca del Amado, para irradiar esa felicidad.

Y todo ese silencio y belleza en medio de un barrio donde un montón de gente se pasa los fines de semana tratando de encontrar la felicidad infructuosamente (fumando, emborrachándose, o buscando una eventual pareja).

La felicidad a pocos metros y ni se lo imaginan. Pobres.


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