lunes, 25 de marzo de 2013

Piedras vivas

Pensando en varias experiencias de los últimos días, y en algunas palabras que se han publicado del Papa Francisco, mi reflexión de hoy quiere ser una "pensada" sobre los diferentes carismas, misiones y ministerios que conviven en la Iglesia.

Durante muchos años, la única Iglesia que "existía" era la de los consagrados, ya sean sacerdotes y obispos, o religiosas y religiosos de las diversas órdenes y congregaciones. El pueblo fiel era las más de las veces un mero espectador y consumidor de culto religioso. Sin embargo, las cosas han cambiado. La sociedad se ha transformado, perdiendo el sustrato religioso que había mantenido durante siglos.

Y dentro de la propia Iglesia también han cambiado las cosas, con un protagonismo creciente e imparable de los fieles laicos. A este respecto yo destacaría dos hitos muy relevantes:
  • La santificación a través del propio trabajo, cuyo referente seria la enseñanza de San Josemaría Escrivá en el Opus Dei.
  • La fe vivida en pequeñas comunidades laicas, cuyo máximo ejemplo (que no el único) son las comunidades neocatecumenales fundadas por Kiko Argüello.
En todo caso, estos cambios han provocado inicialmente una cierta confusión, al menos en algunos casos, de los papeles de cada uno. Muchos laicos han pretendido, o pretenden todavía, asumir roles que son propios de los religiosos, como presidir la liturgia, o predicar en una eucaristía. Mientras, algunos consagrados se empeñan en la realización de funciones más propias de los laicos, como aparecer en los medios o hacer las funciones administrativas u operativas que casi cualquier laico haría mejor (valga la exageración).

La vida de la Iglesia, y la propia evangelización, creo yo, irá cada vez mejor, si conseguimos que cada uno haga lo que mejor sabe hacer, o dicho con más propiedad, lo que el Señor llama a hacer a cada uno. Los que tienen que llevar el Evangelio a las empresas, a los centros de trabajo, etc. (los laicos) que se preocupen de hacerlo lo mejor posible, apoyados en los sacramentos administrados por los sacerdotes, y en la oración de los consagrados. Y los que tiene que ser un referente espiritual, y llevar el auxilio necesario a los hombres (la Eucaristía, la confesión, la oración por los difuntos, etc.), los sacerdotes y religiosos, que hagan su misión con celo y dedicación. Y los/las que tienen como misión principal la intercesión (monjas y frailes contemplativos) lo mejor que pueden hacer es conocer a las personas concretas por las que van a rezar. Al poner cara a las intenciones de oración, ayuda sustancialmente a que se cree una comunión eclesial que es fundamental a todos los niveles. 

La Iglesia, por mandato evangélico debe llegar a todas partes, y anunciar el Evangelio donde haya un hombre o una mujer que no lo haya conocido. 

En este momento, con la nueva situación creada por la renuncia de Benedicto XVI, tenemos un Papa en ejercicio con enormes responsabilidades y retos por asumir, y un Papa emérito que rezará por él y por su misión desde el silencio de un convento de clausura. Este ejemplo al más alto nivel debe ser modelo para todos los creyentes. Espero que todos los que de alguna manera tenemos una responsabilidad en la evangelización, podamos sentirnos respaldados por la oración de otros, los que repercutirá en el éxito de la misión, y en que los consagrados sientan profundamente lo importante que es su misión de intercesión para la vida de la Iglesia.

"Que todos sean uno, para que el mundo crea". 

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